A partir de este primer artículo al que también podríamos llamarlo de bautismo, a partir de hoy bajo el título “Autoayuda”, voy a hablarles sobre la vida y la muerte y a modo de introducción, quiero expresarles cuáles serán las reglas de juego que voy a utilizar para comunicarme con ustedes.
De acuerdo a lo convenido con la titular de este medio de comunicación, Marisa Bernerón, mis escritos van a estar referidos exclusivamente a una temática que sé perfectamente que es difícil de abordar, pero como mi perfil de periodista y escritor no es pegar golpes bajos o generar tristeza y/o depresión entre los que me leen, a los largo de cada uno de los capítulos, mi intención será transmitirles cuál es mi mirada sobre la vida y la muerte, algo totalmente subjetivo que se puede interpretar de acuerdo al gusto del consumidor, pero que nadie puede negar su existencia.
En primer término -y éste quizás será el único hecho objetivo que surja- tanto una como la otra son circunstancias que están relacionadas directamente entre sí, y aunque suene obvio, me siento obligado a transcribir una verdad de Perogrullo: no habría vida si no existiera la muerte y viceversa.
En mi caso, ante un acontecimiento trágico ocurrido en el seno de mi familia voy a relatarles algunas de mis experiencias y cómo logré sobrevivir a un acontecimiento antinatural, que ningún ser humano está preparado para afrontar y que sin embargo, sucede todos los días en cualquier ámbito de la sociedad y a cualquier persona, no importa el nivel social o económico que posea. En fin, para no dar más vueltas, les voy a hablar de la muerte de hijos.
Ojo, solo me voy a limitar a contar partes fraccionadas de algunas de mis vivencias, cosas sueltas, hechos relevantes y alguna que otra decepción, porque así como cada uno de los seres humanos que habitamos este mundo somos únicos e irrepetibles, cada caso también es único e irrepetible, por lo que no hay ninguna receta genérica que pueda ser puesta como ejemplo. Todas las opciones para intentar seguir viviendo después de semejante acontecimiento son válidas y están plenamente justificadas, ya que las historias de vida son todas distintas, lo mismo que los entornos familiares y laborales, las amistades, los recorridos que se hayan hecho en el transcurso de la vida y sobre todo, la intensidad del vínculo que existía entre esa madre/padre y esa hija/hijo.
Si bien el núcleo de mis escritos serán autorrefenciales, el tratamiento que le daré a mis artículos apuntarán esencialmente a tratar de dejar un renovado mensaje de fe y esperanza, para todos aquellas personas que hayan tenido la desgracia de sufrir la pérdida de un hijo/a o a todas aquellas personas que -aun con el paso del tiempo- no hayan podido atravesar la muerte de un afecto cercano.
Separo los copetes porque es más que evidente que nada se compara con la muerte de un hijo y si bien toda pérdida es dolorosa, la gran diferencia es que la desaparición de un hijo no se supera nunca… En cambio, para el fallecimiento de otras personas queridas, los seres humanos estamos dotados de mayores herramientas para poder asimilarlos, fuere por la circunstancia que fuere.
Desde que en 2001 comencé a escribir libros de manera continuada (estoy trabajando en la elaboración y edición de mi séptima obra literaria) empecé a hacerme la idea que una de las misiones más notorias que tengo en esta vida es acumular experiencias de todo tipo, para después poder transcribirlas e ir dejando testimonios de los acontecimientos más suntuosos que me fueron sucediendo a lo largo de los años.
Todos los seres humanos tenemos nuestras propias capacidades. Y en ese sentido, y aunque suene como un autoelogio, soy consciente que mi mayor virtud radica en saber transformar hechos y dichos en letras y como además soy periodista con cierta formación académica y ejerzo la profesión desde hace más de 40 años, cuando Marisa me convocó para sumarme a este espacio comunicacional, le planteé la necesidad que tenía de comunicar mi experiencia, no para ponerme como ejemplo de nada, porque de ninguna manera me siento ni jamás me sentiré un “superado”, sino para brindar un testimonio gráfico que aún de la peor de las angustias se puede salir adelante, volver a recuperar los sueños olvidados y transformar nuestra existencia, llevando adelante acciones positivas a favor de uno y por carácter transitivo, también a favor de los demás…
Esta es la propuesta que tenía para hacerles. Aclarando que esta columna será abierta a cualquier comentario o sugerencia que quieran hacer… Y como corolario de esta presentación, les dejo una frase del poeta uruguayo, Eduardo Galeano, quien alguna vez se preguntó: “¿Para qué escribe uno, si no es para juntar sus pedazos?”
(*) Redactor y editor responsable de la edición gráfica del Diario NCO.
Por: Carlos Correa (*)
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